Cinco lecciones después del Paro Nacional

El Paro Nacional fue un éxito. A pesar de la indiferencia de los medios informativos y del propio gobierno, ha sido un éxito. Se han movilizado muchos más trabajadores alrededor de una plataforma realmente unitaria y radical. Ahora bien, cada vez resulta más claro que no estamos en la década de los 70s. El sindicalismo con una presencia del 5% en el sector privado y cerca del 10% en el sector público es materialmente incapaz de detener la producción industrial y de servicios del país.

Pero eso no significa que el peso del sindicalismo peruano sea pequeño. La movilización convocó a más de 20 mil trabajadores en la ciudad de Lima y una cifra probablemente superior en todo el resto del país.

El Paro ha dado un mensaje claro al gobierno acerca del creciente malestar de importantes sectores de la ciudadanía. Da un color a la caída en popularidad del gobernante y lo aisla políticamente. Junto a esto, el Paro Nacional nos deja cinco lecciones que a mi modesto entender merecen ser discutidas:

1.- No hay democracia sin sindicatos 

 La legislación actual, que es la misma que fue dictada por Fujimori y los empresarios en los 90s, buscaba y busca debilitar a los sindicatos, limitar la negociación colectiva y eliminar el derecho de huelga. En esos objetivos ha tenido éxito. El resultado ha sido ha sido devastador para el movimiento sindical. Hemos pasado de un 30% de afiliación sindical en los 70s a menos del 5% en la actualidad. Con menos sindicatos, se han reducido las remuneraciones, las demandas laborales son postergadas, y la relación entre capital y trabajo está claramente distorsionada a favor de los empresarios. Esta situación debilita la democracia, creando descontento, frustración, conflictos y violencia. Una sociedad democrática se basa en la libre discusión de intereses que son resueltos en un marco de mayorías y minorías, de partidos organizados, de libre asociación, expresión y con una autoridad estatal que protege a los más débiles. Bueno, todo eso, no existe en el Perú. Aquí desde los 90s reina la dictadura de la burguesía. Las remuneraciones están estancadas hace casi una década y para elevarlas no hay mecanismos institucionales, los trabajadores se ven obligados a hacer huelgas -que son ilegalizadas-, cada vez más violentas.

2.- No hay democracia sin libertad de prensa 

 La dictadura de la burguesía no podría funcionar tan bien, si no tuviera la complicidad de la amplia mayoría de los medios de comunicación. Y esa es otra herencia fujimorista. Antes era más o menos evidente la homogeneidad en ideas y opiniones de los editoriales de la prensa escrita. En las emisoras de radio de alcance nacional pasa otro tanto. En la televisión mucho más.

Es cierto que las radios locales por un lado y las redes sociales y blogs son microespacios de mayor diversidad, pero realmente no existe un contrapeso real al monopolio de las comunicaciones que tiene la derecha empresarial en el país. El Paro ha sido ejemplo de esto. El poderoso grupo El Comercio, en manos del lado más derechista e intolerante del clan Miro Quesada ha ignorado de manera sistemática y disciplinada toda mención al Paro nacional, reduciéndolo a una nota sobre marchas en regiones.

Esto no es casual. Es una política que se viene implementando desde los 90s. Se trata de hacer invisible a los sindicatos, sus luchas y sus victorias. ¿Cuál es la última vez que una huelga tuvo una portada? ¿Cuándo un despido de un dirigente sindical es noticia en la televisión? Cuantos dias deben estar en huelga los trabajdores para que sus problemas sean considerados como una noticia de interes?

3. La agenda laboral es clave pero no basta 

 El Paro ha sido un buen ejemplo de cómo se articulan diferentes demandas laborales y sociales. Esto es una fortaleza. La sociedad peruana es muy diversa, heterogénea, dispersa. Una agenda laboral por si misma no es suficiente para movilizar el descontento social.

Muchos críticos despistados han señalado que la plataforma de la CGTP no era exclusivamente laboral sino «política». Y lo es. Y esta bien que así sea.

La CONFIEP tiene una agenda varias veces más política con muy claros intereses económicos. Y nadie dice nada. Ciertamente la CGTP tiene un rol cada vez más político en parte por una exigencia de la sociedad misma, cuyos actores exigen de la central sindical un rol más político pero también se explica por la debilidad estructural de la izquierda partidaria.

En la medida que no tenemos grandes organizaciones políticas de izquierda, el sindicalismo se ve obligado a asumir una agenda mucho más amplia y extra laboral, pues termina siendo la única instancia eficaz para canalizar demandas sociales y ciudadanas a la esfera política.

La articulación de intereses es un punto a favor de la CGTP. Y resulta vital para lograr una mayor movilización y representación social. Por eso, el Paro ha dejado claro que toda jornada nacional de protesta debe plantearse desde un núcleo de reivindicaciones laborales y económicas, pero necesita incorporar las demandas sociales, regionales, culturales, ciudadanas de todos los sectores se enfrenten al orden capitalista.

4. Se incrementa el peso del sindicalismo estatal 

Un dato que cambia el tradicional rostro del sindicalismo es el creciente peso de los trabajadores estatales. Al momento casi duplican el porcentaje de afiliación del sector privado. Esta situación cambia algunas de las dinámicas de l sindicalismo peruano. Por otro lado, los trabajadores estatales, siendo numerosos están lamentablemente divididos.

La CGTP ha hecho y sigue haciendo un gran esfuerzo por establecer niveles de coordinación y acción conjunta. El gobierno con su trasnochada propuesta de Ley Servir también ha permitido que se avance en la unidad de acción sindical. De superarse la actual división en tres instancias (CTE, UNASSE y CITE) y conformarse la “CGTP Administración pública”, el sector estatal sería el actor principal del sindicalismo peruano, como era a mediados de los 80s.

5.- Un Paro requiere de mucha más organización 

Si bien, las fuerzas sindicales no son suficientes para detener el proceso productivo en el país, el tejido sindical y social popular puede poner en movilización a una parte significativa de la ciudadanía. Pero esto requiere de un trabajo organizativo mucho más fino y ordenado que el que venimos haciendo. Si asumimos que los medios de comunicación están jugando en contra, y que los canales institucionales y democráticos para resolver conflictos están prácticamente cerrados (normatividad y gestión estatal que limita el ejercicio de la libertad sindical), no es difícil imaginar que las próximas jornadas de protesta van a ser mucho más conflictivas. 

¿Qué sentido tiene que el movimiento sindical respete todas las formas y modales democráticos cuando ni el Estado ni los empresarios lo hacen? Desde una economía de la protesta, es claro lo que se observa: a mayor radicalidad en la protesta, más posibilidades de ser escuchados y atendidos. En otras sociedades mucho más democráticas que la nuestra, vemos duros enfrentamientos con las fuerzas policiales, bloqueos de calles, huelgas con tomas de fábricas. Es bien simple, la lucha de clases es una forma de conflicto social y se llama lucha porque tiene un componente de violencia. No sería de extrañar que escenas similares empiecen a repetirse por estos lares. 

Pero este ejercicio de la protesta extra-institucional exige una mayor capacidad organizativa, mucho más territorial -en tanto distrital-, de eso que antes llamábamos poder popular. Es tiempo pues, para pensar en formas de control popular y resistencia cívica que permitan a la protesta social llegar a buen término. Estas son algunas conclusiones que podemos ir delineando a la luz de las últimas escenas de la lucha de clases en nuestro país. 

Como señalaba el viejo Marx, es en estos periodos donde las apariencias se disuelven, las palabras pierden contenido, las máscaras caen y finalmente aparecen los actores tal cual, con sus intereses y sus pugnas a flor de piel. La democracia peruana es una frase vacía para cada vez más trabajadores y trabajadoras en el país, se trata simplemente de la dictadura del patrón. Y frente a esa dictadura, empezamos a entender cuál es la alternativa.


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