Populismo, política de clases y unidad

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El largo desencuentro entre el Estado y la sociedad peruana que en el último periodo se expresa como una profunda crisis de legitimidad institucional no logra ser resuelto desde la política del poder. 
La paradoja peruana consiste en una de las más graves crisis institucionales, con denuncias claras, pruebas contundentes, cómplices y culpables claramente identificados que coexisten con la más anodina indiferencia de la ciudadanía.  
El rechazo a la política peruana por parte de los limeños ha devenido en una desafección por la discusión de los problemas públicos y la resignación pragmática frente a un orden arbitrario. 
Por esta razón, las elecciones municipales en una ciudad objetivamente colapsada en varios de sus servicios fundamentales (seguridad, transporte, espacios públicos) lejos de ser un tiempo de movilización y discusión política; queda reducida a una semana de comentarios sobre candidatos, anécdotas, denuncias, indumentarias y memes
La izquierda, como pocas veces en su historia, no sólo ha hecho esfuerzos por presentarse fraccionada, sino además en las alianzas más estrambóticas que se recuerde. 
Hay muchos factores que explican esta situación. De todos ellos queremos destacar uno que nos parece fundamental. El discurso “populista” dentro de la izquierda local. El discurso “populista” en otros lugares, como Europa o algunos países de américa latina como Argentina es una evolución del viejo “populismo” de los años 70. 
Los cambios sociales y políticos de dicha década (crisis del fordismo y del Estado de Bienestar) abrieron un periodo de cuestionamiento y debate acerca de la matriz de acción política que se venía desarrollando desde el siglo XIX. En la izquierda se desarrolló un debate acerca de la centralidad del trabajo y por ende, el rol del proletariado como sujeto de cambio. De allí, la política basada en “intereses de clase” fue seriamente cuestionada, por sus limitaciones para representar una sociedad más diversa.
Es en este contexto que en EEUU y Europa aparecen grupos de minorías subordinadas en la sociedad capitalista. Los afro-americanos, la comunidad LGTB, los indígenas, entre otros. Desde allí se desarrollan diferentes movimientos de resistencia, políticas contestatarias y prácticas emancipadoras desde las identidades sociales. En América latina, la reflexión de Anibal Quijano resultó fundamental para identificar un campo de acción “postcolonial”, es decir, que permite cuestionar la colonialidad del poder del capitalismo. 
La acción política basada en identidades sociales resulta una veta muy fértil que inunda el escenario con nuevas demandas, voces y rostros en la izquierda. Luego de algunos años, pasamos de una izquierda obrera a un sinfín de identidades contestatarias. Pasamos de un sujeto revolucionario a la ausencia de un único sujeto. 
En la última década, y a partir de la experiencia de Syriza en Grecia y Podemos en España, se incorporan nuevos aportes en el debate acerca del sujeto revolucionario. El concepto de “pueblo” regresa entendido como algo más que masas indiferenciadas. El nuevo “populismo” de izquierda asume la existencia de un campo social postclasista que reúne diversas identidades subordinadas reunidas por una sensibilidad política. El común o “pueblo” aparece como el nuevo sujeto que resuelve los problemas de la diversidad. Desde allí se desarrolla una crítica tanto al capitalismo como a la izquierda clasista. 
En nuestro país, las consecuencias de estos debates políticos han supuesto la crisis de la izquierda basada en intereses de clase y el desarrollo de diversas agrupaciones que hacen política de izquierda desde las identidades sociales y el populismo. Obviamente, todas las experiencias contestatarias enriquecen el campo de la izquierda, y nos entregan nuevas herramientas para la construcción de alternativas. 
Al mismo tiempo, como en otras experiencias, una desventaja de estas prácticas es la mayor dificultad para construir una plataforma de lucha unitaria. Es decir, la capacidad de establecer criterios consensuales sobre qué es lo que debe tener prioridad, en un momento determinado. 
El fraccionamiento de la izquierda peruana, más allá de rencores y proyectos personalistas, puede explicarse por este proceso. La coexistencia de diferentes matrices de acción política, especialmente la “clasista” frente a la “populista”. Por eso, nos resulta estructuralmente complejo cualquier esfuerzo unitario. 
Más aún, la propia idea de “unidad” ha perdido prestigio. Lo que antes era un principio de la acción política revolucionaria, ahora se entiende como un accesorio cuya pertinencia depende del momento particular. 
La sociedad peruana al mismo tiempo, conjuga elementos clasistas bajo sentidos comunes postclasistas. Por eso, en los últimos años, los principales conflictos sociales pueden leerse fácilmente como “conflictos de clase” aunque los sujetos involucrados los perciban de otro modo. La lucha de las comunidades contra las mineras; de los jóvenes asalariados o desempleados contra las leyes de empleo juvenil; la huelga de los Sutep regionales o la reposición de los estatales, por ejemplo. Mientras que las movilizaciones por demandas institucional-democráticas como el indulto de Fujimori, las denuncias de corrupción y similares tienen menos convocatoria y se agotan rápidamente. 
E. P. Thompson señalaba que bajo determinadas circunstancias las sociedades desarrollaban “luchas de clases, sin clases”. Es decir, conflictos clasistas con sujetos preclasistas, en base a una conciencia de clase que iba conformado al sujeto social. 
Para superar este periodo, no basta entonces buenos deseos o voluntades heroicas. Es necesario una política basada en intereses de clase; lo que para la izquierda significa los sectores asalariados. 
No basta levantar las banderas de la democracia liberal. No basta, significa que son necesarias pero insuficientes. Es imprescindible volver a mirar la sociedad como un conjunto de relaciones sociales con intereses materiales; con demandas concretas y discursos que son funcionales a dichas demandas. 
En la práctica no basta levantar valores y principios abstractos por muy hermosos que sean; nuestra tarea es ser la voz de los desposeídos, de los pobres concretos, de explotados y explotadas; en su más concreta y material necesidad. 

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