Comentarios a los artículos de Rolando Rojas y Omar Cavero



Me interesa conversar con dos artículos publicados recientemente sobre la situación de la izquierda. A diferencia de algunos otros, se trata de textos que buscan revisar los temas de fondo y no detenerse en el relato de disputas y diferencias personales que atraviesa a nuestra izquierda local. Tampoco buscan ser un sesudo y teórico análisis del momento político, que a fuerza de profundidad, deja de ser entendible.


Ambos autores son personas comprometidas con la investigación académica y el compromiso político en la izquierda. Ambos son reconocidos por la rigurosidad de sus trabajos y los artículos son un buen ejemplo de esto.

Los textos buscan presentar un diagnóstico de la situación de la izquierda local. Y en eso, hay puntos en común y algunos matices. La diferencia principal, probablemente venga del tono en que están escritos. Mientras que el texto de Rolando se acerca más a una mirada académica, el de Omar, está escrito desde la militancia activa. Esta diferencia no implica sin embargo, que ambos textos sean reflexiones pertinentes y agudas.

El diagnóstico de la izquierda realizado no puede dejar de ser negativo. Para Rolando se trata de una izquierda desubicada, en parte por los cambios en la estructura socio-económica del país y el abandono del discurso marxista. Señala que estamos ante una izquierda “en transición” y allí concluye su texto. Entiendo que es una primera parte y que lo mejor está por venir. Hubiera sido útil sin embargo, que señale de donde a dónde es esta transición. ¿Qué es lo que se deja y hacia dónde se dirige esta izquierda? Pues, si bien no es imposible, puede resultar un lugar común hablar de una izquierda en “transición permanente”.

Cavero, crítica con razón la superficialidad de muchas discusiones en la izquierda y la carga emocional de las mismas antes que su sustento político. Efectivamente, se trata muchas veces de peleas entre manchas de amigos, antes que debates políticos serios. Lo cual no le impide a la vez, hacer su propio ajuste de cuentas emocional con los desaciertos de nuestra izquierda.

Es pertinente al señalar el peso de la dinámica electoral (la necesidad de un registro, los recursos económicos y el candidato/a ganador/a) y la manera que esto influye y condiciona el resto de la acción política. Pero no va más allá de denotar el fenómeno.

Ambos textos me parecen necesarios y agudos, pero incompletos. Hace ya bastante tiempo, que desde diferentes lugares estamos haciendo balances de la izquierda. El texto de Omar Cavero trata de salir del diagnóstico y avanza algunas líneas, pero he aquí su mayor debilidad.  Señalar que las elecciones “son un medio y no un fin” es, a estas alturas, insuficiente, pues reduce probablemente el principal tema de discusión en las fuerzas progresistas a una respuesta de los años 20.

La izquierda radical en EEUU e UK ha venido discutiendo eso y las campañas de Sanders y Corbyn, dentro de los partidos Demócrata y Laborista srespectivamente, son en parte una respuesta bastante clara. Hace más de una década, el PC chileno, la izquierda brasileña y uruguaya tuvo la misma discusión. Entiendo que en los casos la respuesta ha sido bastante clara: para las izquierdas, las elecciones son medio y fin a la vez. Así es. Debemos superar la disyuntiva que nos regresa al viejo debate de “reforma o revolución” como opciones antagónicas.

El texto de Omar promete pero no propone. Señala el resultado final, pero no el camino y esa es su principal debilidad. Acierta Omar señalando que la izquierda requiere de una mejor comprensión del país, una “narrativa” convincente para los nuevos sujetos sociales. Dicha propuesta es de largo plazo, es decir, debe pensarse como un proceso que va más allá de las elecciones del 2018 o 2021. Finalmente, Cavero señala la necesidad de una fuerte identidad de izquierdas, que imaginamos debe ser más contestataria y radical que los discursos actualmente existentes. Todo esto es lo que muchos en la izquierda podemos compartir. Pero ¿cómo llegar a ello?

Aquí viene mi aporte.

La sociedad peruana requiere de una “izquierda del trabajo”. Una identidad política construida desde y para los trabajadores y trabajadoras asalariados pobres, ya sea que estén empleados o sean desempleados o lo más probable es que estén obligados a ser autoempleados.

El sujeto social del cambio progresista es el conjunto de asalariados y autoempleados pobres, lo que ahora se conoce como “precariado”. Y no se trata de una figura retórica. Nos referimos a sectores sociales reales y concretos: al obrero de una empresa peruana en cualquier industria; a la obrera de un municipio o gobierno regional en cualquier lugar del país; al empleado de un restaurante o una tienda comercial o una oficina; a la empleada de un grifo o un taller de confecciones o una imprenta o una tienda de fotocopias; al ex empleado que ahora es taxista en su auto o alquilando uno; el ex obrero que ahora es chofer de microbús; a la ex obrera ahora vendedora de comida al paso; a la ex empleada ahora vendedora por catálogo; o a aquellos que sin haber sido dependientes han iniciado su vida laboral como autoempleados, es decir, los que trabajan sin patrón y sin empleados.

Se trata de un universo inmenso de personas. Para el 2009, los asalariados y autoempleados sumaban cerca de 11 millones y medio de personas en el país.  

Actualmente, en el orden capitalista y neoliberal, el precariado peruano no tiene futuro.  No tiene salida. No tiene esperanza. Más de 25 años y sus remuneraciones son menores o sus condiciones de trabajo dan pena.

No hay “emprendimiento” que logre sacarlos de su situación de inestabilidad, incertidumbre, ingresos irregulares y temporalidad absoluta. Y el Estado es demasiado débil y desinteresado para proteger a los asalariados y  a los autoempleados. El neoliberalismo para ellos es una falsa promesa. El neoliberalismo los condena a sobrellevar una media vida.

Por eso, para el precariado, la única salida en nuestro país, es tomar el gobierno y el poder. No tienen otra opción. Y la izquierda del trabajo debe ser la herramienta para lograr eso.

Debemos de reconstruir la identidad de la izquierda desde el trabajo. Esto supone reordenar nuestra agenda poniendo al centro, el mundo del trabajo y desde allí, sin descartar absolutamente nada; reconstruir nuestras demandas. Todas. Las demandas feministas, ecológicas, culturales, étnicas identitarias, LGTBI, sociales.

La izquierda del trabajo es por tanto, también feminista, ecológica, diversa, ciudadana y radical. Una izquierda del trabajo parte del derecho de toda persona a ganarse la vida mediante un trabajo con una remuneración adecuada, con el derecho a formar un sindicato para defenderse, con acceso a la estabilidad laboral a los tres meses, con el derecho a negociar colectivamente sus condiciones de trabajo.

Cuando el sistema condena al subempleo a más de la mitad de la fuerza laboral en el país, realmente está negando la ciudadanía de estas personas. Los convierte en no-ciudadanos y por tanto, todas las demás reivindicaciones quedan fuera de escena.

¿De qué sirve la licencia parental para un trabajador precario? ¿De qué sirven cuatro días de licencia cuando nace tu hijo o hija, si el modelo te impide la estabilidad laboral? La idea es simple. La izquierda del trabajo debe devolverle a la gente, el orgullo de lo que hace, el orgullo del trabajo que desempeña. Para tener orgullo de ser trabajador, ya seas empleado, obrero o autoempleado, tu trabajo debe permitirte una vida digna. Y esa vida digna supone y permite, a la vez el ejercicio de todas las demás demandas y reivindicaciones humanas.

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