La crisis de la izquierda y la crisis de nuestro partido

El presente articulo fue escrito para UNIDAD, el vocero de mi partido. El director lo rechazó señalando que no era un "artículo de actualidad". Bueno, es la primera vez que en el partido me rechazan un artículo. ¿Para qué molestarse? Aquí lo pongo y con suerte igual número de camaradas va a leerlo.




Efectivamente, la izquierda se encuentra en crisis. Si no hay cambios fundamentales en los discursos y las acciones de los principales líderes políticos de izquierda, lo más probable es que en las próximas elecciones quedemos globalmente reducidos a menos del 5% de la votación.

Hay diversas explicaciones para entender estas fracturas que van desde los factores estructurales de la sociedad peruana hasta las tirrias personales entre liderazgos partidarios, pasando claro por la tremenda brecha generacional existente en la militancia izquierdista.

Es claro que la izquierda se relaciona de manera diferente ahora que en los años 80s. En la década de los 90s los sectores populares abandonan a las agrupaciones de izquierda y viceversa. La izquierda venía articulándose a partir de su relación con organizaciones sociales más o menos segmentadas pero con un anclaje de clase. En los 90s con claridad, la izquierda abandona un marco teórico, un conjunto de conceptos y prácticas políticas y asume otros. Es un proceso complejo y muchas veces acrítico. La economía política cede frente a la sociología política primero y luego frente a la ciencia política. Como en todo intercambio, algo se gana, algo se pierde.

Ahora estamos en crisis. Toda la izquierda sin excepción. El optimismo de los compañeros de Tierra y Libertad y los colectivos que conforman el Frente Amplio no es suficiente para ocultar nuestra generalizada crisis. No se trata de un problema organicista aunque pretenda verse así. Por eso, considerar que el “santo grial” de las primarias puede resolver la brecha generacional, las parcelas de poder, las tradiciones conservadoras y las ambiciones personales es algo más que optimismo. Es autoengaño.

¿Qué va a pasar cuándo en las primarias de TyL gane Verónica Mendoza? ¿Cree sinceramente alguien que Marco Arana va a ceder su candidatura presidencial con total amabilidad?

La unidad si es importante. Ninguno de los argumentos en contra de la unidad puede tomarse en serio. Un gobierno de izquierdas requiere de una amplia alianza social y política para poder aspirar a cambiar la actual correlación de fuerzas. La historia latinoamericana nos ha enseñado de la manera más dura que en política, no basta tener la razón, hay que tener la fuerza para sostener nuestras razones. En el Perú, lo sabemos desde los años 30. Es probablemente la idea más clara que nos dejara nuestro José Carlos Mariátegui.

Nuestra responsabilidad

Los comunistas por supuesto, tenemos también responsabilidades claras en esta crisis. Para nosotros, la debacle comenzó mucho más atrás. Es una crisis que arrastramos desde la derrota del socialismo denominado real en 1989. Es el resultado de la política de seguidismo a la URSS que asumió nuestro partido durante buena parte de la Guerra Fría. Se agrava además con la irrefutable brecha generacional existente en nuestra militancia que nos impide contar con una generación intermedia entre los muy adultos y los muy jóvenes.

Hay una larga e interminable discusión interna que a veces tiene la forma de ajuste de cuentas, oscilando entre el remate de conceptos y la defensa de un museo de las ideas. La opción nunca intentada ha sido desarrollar de manera radical el marxismo: pensar con cabeza propia y someter a una crítica radical todo lo existente. Tenemos claro, por lo menos, lo que un partido comunista no debe ser.

Un partido comunista no es…

Un partido no es una argolla de amigos. El partido no puede funcionar como un espacio de solidaridad para los amigos. Donde las faltas y errores se tapan, se cubren, se solapan en nombre de la camaradería. Un partido no puede desarrollar una cultura de la “no crítica” donde un camarada calla los errores de otro camarada, para tampoco ser criticado. Un partido no puede ser un círculo de amigos que bajo un lenguaje ambiguo, acuerdos gaseosos, ideas generales se desarrolla una política del mínimo esfuerzo. Un círculo de amigos no discute, no debate, no resuelve. Las amistades se articulan por afinidades subjetivas, por simpatías personales, por historias comunes antes que por posiciones políticas. Los amigos se justifican, se perdonan y se protegen entre ellos más allá de aciertos y errores. Quedar bien con los amigos es más importante que impulsar una política concreta. Esa no es la política que queremos los comunistas.

Un partido no es una agencia de viajes. Un partido no puede establecer como premio o prebenda los viajes políticos. La política de viajes no debe construirse en función de recompensas reales o imaginarias. Los criterios no pueden ser simpatías, premios o recompensas. Tampoco se trata de un rol de viajes que se distribuye equitativamente entre todos los elegidos. Un partido comunista tiene una política para las relaciones exteriores y los contactos que ello implica. Privilegiando claro está la formación de los cuadros jóvenes antes que el turismo de los adultos mayores.

Un partido no es una agencia de empleos. Y por ende un partido no es una argolla para colocar camaradas en puestos de trabajo. Las personas no pueden inscribirse en una organización política con la expectativa de acceder a un puesto ministerial, municipal o similar por el simple hecho de tener un carnet partidario. La condición de militante no supone el derecho de ser ubicado en un puesto de trabajo per se.

Un partido no es un trampolín para el congreso. El partido busca construir una representación política de los trabajadores y los sectores populares. Pero eso no significa que algún militante se sienta en el derecho de ser candidato al congreso porque considera que ha trabajado lo suficiente o porque siente que tiene las condiciones para serlo. Toda representación debe construirse desde las propias organizaciones sociales. El proceso de selección de candidaturas debe discutirse previamente y en el mismo deben primar tanto los criterios de representación y democracia como meritocracia y legitimidad.

Un partido no se miente a sí mismo. El análisis concreto de la situación concreta supone una alta dosis de sinceridad. Hay entre nosotros una cultura política que consiste en matizar los problemas, en disimular los errores y evitar las responsabilidades. En subrayar los éxitos y callar los fracasos. Las instancias inferiores dan informes complacientes a las instancias superiores y de esta manera actuamos políticamente en una realidad alterna, donde el Partido no comete errores ni vacila. El autoengaño es colectivo y nos permite alegrarnos de una organización a pesar de su creciente irrelevancia política.

Un partido no es una iglesia. La actual cultura política que hemos desarrollado supone una profunda desconfianza por lo intelectual. La crisis ideológica que supuso la caída de la URSS ha significado una cerrazón al debate de ideas, al estudio de la realidad y al desarrollo del marxismo.

El más mínimo intento de discutir o cuestionar algún aspecto de la historia política es visto con rechazo y desdén. Hemos convertido al marxismo leninismo en una religión, con sacerdotes y clérigos que se encargan de vigilar el respeto al dogma. Ser revolucionario en este registro, termina siendo quien mejor repite las fórmulas de siempre, quien se encierra en recitar los viejos manuales.

Esta manera religiosa de entender la ortodoxia termina siendo aliada de las formas más reaccionarias de la cultura peruana como son la homofobia y el machismo. Mientras en otros círculos de izquierda local y en muchos partidos comunistas del extranjero se recogen con éxito las reivindicaciones como el matrimonio gay o la legalización del aborto, en nuestro partido estos termas aún no se discuten en parte por las presiones de la generación de adultos mayores que no ve con buenos ojos estas demandas. 

Somos sin lugar a dudas el partido comunista menos anticlerical de América Latina. No tenemos ningún cuestionamiento explícito a la religión católica y su rol en la cultura peruana y más allá de lo pintoresco de ver las manifestaciones religiosas de muchos camaradas, deberíamos pensar en lo que significa en términos de pensamiento crítico.

Construir una nueva militancia.

La militancia en primer lugar es coherencia. Ya no podemos ser el partido que dice una cosa y hace otra. Que se refugia en discursos ambiguos y generales para poder cambiar de posición sin mayor explicación.

La coherencia es el requisito fundamental para construir el partido que todos y todas queremos. Implica la correspondencia entre nuestro discurso y nuestra práctica política. Si defendemos los valores de democracia, libertad y justicia social pues tenemos que practicar la libertad, democracia y justicia en nuestra propia organización. Nos hemos acostumbrado a tolerar dobles discursos, medias verdades y declaraciones ambiguas. 

La ambigüedad no es solamente una declaración imprecisa sino también aquellas generalidades y generalizaciones que no significan absolutamente nada para explicar una acción política concreta.

La militancia es básicamente responsabilidad. La cultura del mínimo esfuerzo, de la complacencia, del discurso vacío debe quedar atrás. Nos hemos acostumbrado a la irresponsabilidad política. En nuestro partido, las tareas se discuten, se acuerdan pero no se llevan a cabo. Donde cada camarada se compromete a 100 pero luego sólo brinda 10 y dispone de 90 pretextos para justificar su desidia. 

No se trata sólo de una flojera basada en la desconfianza en la acción política sino peor aún, en la confianza explicita que no existe ningún control ni fiscalización interna sobre los errores cometidos o supuestos. Hay una suerte de impunidad política en nuestra militancia que permite conductas dispersas y contradictorias, alianzas inimaginables, abandono de tareas y defensa de posiciones contradictorias.

Finalmente se trata de un sistema perverso: nuestro escaso número preocupa a la dirección nacional que evita sancionar las infracciones para no correr el riesgo de perder más militantes. Así mantenemos el número, pero no la acción colectiva. 

Coherencia y responsabilidad son las piedras angulares del cambio institucional que nuestra organización requiere. No son suficientes, claro está. Hay que pensar una agenda de cambios institucionales necesarios, así como mecanismos de renovación de discursos, personas y prácticas. Pero hay que empezar por algo.

La izquierda en el país -y con mayor razón los comunistas- no podemos darnos el lujo de seguir siendo insignificantes, en medio de inmensas injusticias sociales.


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