Un mundo centrado en el dinero...

Vivimos una mentira. La mentira de creernos libres cuando no lo somos, la mentira de creernos informados cuando lo que ocurre en el mundo y en nuestro país es sistemáticamente manipulado y filtrado por intereses ajenos. La mentira de creernos de izquierda o derecha cuando solo existen las mismas políticas matices más, matices menos.

La verdad, la desoladora verdad es que el actual desorden de las cosas esta regido por el capital y sus funcionarios oficiales y oficiosos. Es el dinero y su búsqueda, el criterio de verdad que justifica guerras, intervenciones o pronunciamientos. Palabras como libertad, justicia, solidaridad han perdido todo sentido para un número cada vez mayor de hombres y mujeres.

Y frente a esto, la critica, la capacidad de indignación y tratar de pensar mas allá de unas fronteras definidas por un “deber ser” impuesto por el capital, esta ausente en nuestro medio.

Vivimos en un mundo donde todos, absolutamente todos los derechos humanos son violados de manera regular, cotidiana, ya sea para la gran mayoría de los habitantes del planeta, como para múltiples minorías sociales. Esta violación sistemática se ejerce ya sea mediante elaborados modelos institucionales, filtros de normas y procedimientos, así como mediante el recurso de la fuerza, militar o económica.

Desempleo, pobreza, malnutrición, persecuciones religiosas, pogroms, esclavitud, explotación, avasallamiento, imperialismo, masacres, violaciones, encarcelamientos, estos son los resultados naturales del capitalismo, de la globalización neoliberal y de su manera de “ordenar” el mundo social.

Basta echar una mirada a los indicadores económicos y sociales para entender que la distancia entre pobres y ricos, entre los pocos incluidos y las mayorías excluidas no sólo se mantiene sino que crece día a día. Los indigentes, desempleados, trabajadores en semiesclavitud, los explotados, se encuentran no sólo en la periferia, en Africa, Asia o América Latina, sino en cada ciudad importante del mundo “occidental y cristiano”. La concentración de riqueza y poder en un conjunto de grandes corporaciones ya no sólo resulta un problema para las democracias nacionales sino que es en la práctica un peligro para la propia continuidad de los seres humanos como especie.

Se dijo que el fin de la guerra fría, abriría las puertas a un mundo mejor, a un reino de paz y democracia. Los resultados no pueden ser más falsos. Ni paz ni democracia. Hoy más que nunca fabricar armas es un próspero negocio. Cualquier pretexto es bueno y legítimo para suspender garantías constitucionales, limitar derechos individuales, establecer censuras informativas y cerrar espacios de debate.

La globalización, es decir, la extensión de las reglas del mercado a un escenario global, fue presentada como la posibilidad real de construir un mundo diferente al que conocemos, sin distancias ni fronteras geográficas, políticas, sociales. Nada más falso. El Muro de Berlín es hoy un recuerdo, pero los miles de muros construidos mediante leyes migratorias han convertido el globo terráqueo en un conjunto de feudos que impiden el tránsito libre de aquellos que buscan la oportunidad prometida.

Ya no tiene sentido preguntarse por quienes somos, desde todos lados la pregunta es cuanto tienes, cuanto cuestas. Cada persona humana, reducida a un precio. La globalización es un supermercado donde un pequeño conjunto de empresas determina la vida y muerte de todos los habitantes del planeta bajo la mirada agresiva del policía mundial atento a cualquier indisciplina, a cualquier titubeo y son cada vez menos aquellos que pueden participar del libre juego de la oferta y demanda.

Bajo la idea de un mercado libre, se dijo que los ciudadanos convertidos en consumidores serían los verdaderos actores del capitalismo. Todo país por más débil o atrasado podría competir libremente, y en pocos años convertirse en un modelo a seguir. Tiburones y sardinas reunidos en una misma piscina competirían juntas y lealmente. Otra falsedad. Día a día vemos como los tiburones devoran a los peces chicos, violando las reglas, exigiendo libertad para vendernos sus productos y cerrando sus aduanas a los nuestros.

La soberanía nacional solo tiene sentido cuando se coleccionan estampillas, en todos los demás ordenes de la vida social, las decisiones importantes las toman burócratas internacionales o funcionarios de transnacionales. Elegimos cada cierto tiempo y con suerte, un gobernante que ya ni siquiera puede negociar mejores términos de intercambio comercial o diseñar políticas económicas independientes; elegimos realmente, un simple administrador de políticas y acuerdos diseñados a miles de kilómetros de distancia, por funcionarios políticamente irresponsables, sobre los cuales no ejercemos ninguna fiscalización.

Elegimos es un decir. Las elecciones cuando ocurren, han dejado de ser un intercambio de ideas y programas. Las leyes del mercado han invadido la política y cada candidato se entiende a si mismo como un producto, una marca, y antes que electores ve a los ciudadanos como consumidores. La estrategia política se convierte en un problema de marketing, el programa es reemplazado por un spot comercial y los activistas son sustituidos por empresas que pegan afiches y llenan mítines.

¿Cómo se puede ser libre en un país donde el 54% de la población esta en situación de pobreza?. En el Perú, se acepta cada una de las recetas del FMI y del BM. El mercado libre no es sino la libre explotación de trabajadores y trabajadoras, la libertad de despedir, la libertad de pagar sueldos miserables y la libertad de olvidarse de las mayorías excluidas.

La política ha sido pues, convertida en un ritual vacío, desmemoriado, desmovilizador. Ya la sorpresa de los tránsfugas de ayer ha dejado el paso a una suerte de vedettismo político donde el viejo radical, el fujimorista militante, el violador de DDHH. aparecen juntos como adalides demócratas interesados en el bien común... el bien común de si mismos y la oferta monetaria de sus favores.

A la izquierda ya no le basta guardar la compostura ni aprender buenos modales, ya no necesita justificar sus vaivenes a la derecha, entiende la modernización como la adscripción al ideario liberal, busca en el liberalismo los valores y principios que abandono en la otra orilla, búsqueda vana e inútil imposible de entender como alternativa revolucionaria, salvo como estrategia de acumulación económica de sus dirigentes, claro esta; interesados en gozar de las bondades de la democracia liberal y del mercado libre.

La democracia liberal, no es perfecta y esto no es una novedad. Por eso resulta sorprendente que la izquierda ahora se mueva en los estrechos márgenes de la misma. Incapaz de criticar sus vacíos, errores y limitaciones. Temerosa que una crítica radical la aleje de las simpatías de un electorado conservador. Se equivoca la izquierda al asumir gratuitamente que lo que conocemos como democracia representativa es la máxima aspiración en cuanto a convivencia social y que toda crítica a la misma no encontrará adherentes. Este pavor es el resultado de una mirada centrada en ella misma, en su carácter de izquierda clasemediera, limeña y caudillista. Los problemas nacionales, el rol de nuestra sociedad en la globalización neoliberal, no pueden ser respondidos siguiendo un libreto que teme cuestionar la democracia liberal y el mercado libre.

Términos, ideas y conceptos como marxismo, socialismo, lucha de clases, imperialismo han sido desechados sin mayor trámite, siguiendo las modas de otros lugares, amparados en la interpretación que de los hechos de los últimos años han realizado los medios que sirven precisamente para no cuestionar el orden capitalista. La caída de la Unión Soviética y del modelo económico y político que desarrollo, no puede ser entendido mecánicamente como el fracaso del socialismo en general. Una simple mirada nos enseña que son un conjunto amplio de factores, elementos y conflictos los que están detrás de la derrota del modelo socialista inspirado en la revolución bolchevique. Y basta mirar el desarrollo social ocurrido después que sale de escena la “amenaza roja” para entender quienes han sido los principales beneficiarios de esta derrota. Las grandes corporaciones, los fabricantes de armas, los que mueven el capital financiero de un lugar a otro buscando el mejor interés y dejan atrás su secuela de desempleo; todos ellos, sonríen alegres, felices por vivir en un “mundo libre”. Los desposeídos, los explotados, los trabajadores, los inmigrantes, se encuentran hoy desarmados ideológicamente y sometidos a peores condiciones de trabajo y existencia.

Y detrás de cada intento de renovación política aparecen las mismas practicas sectarias, el mismo interés personalista, bajo un discurso integrador aparece el caudillo esperando su oportunidad de copar instituciones, de definir un liderazgo indiscutido e indiscutible.

La posibilidad de un discurso radical que cuestione el sistema político y que entienda la política como el escenario donde se desarrollan conflictos de intereses económicos, culturales, sociales; y que logre convencer a un sector importante de los ciudadanos y ciudadanas y movilizarlos en una estrategia de poder, es en nuestro país responsabilidad de aquellos que se consideran revolucionarios. Es decir, de aquellos que son de izquierda.

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